¿Etiquetas, representaciones o visiones del mundo? La India María y los indígenas en las pantallas


Hace algunos días me surgió una duda derivada de una situación familiar, que tenía que ver con emergencias de salud y el desconocimiento -mío y de los míos- de instancias federales como las coordinaciones de Arbitraje Médico que existen en todo el país. Ante eso comencé a pensar: cuando desconocemos que existen determinadas instituciones que están ahí para nuestro beneficio y de manera gratuita, ¿de quién es la culpa, de los gobiernos por no darlas a conocer o de nosotros, por no tener la curiosidad de saber cuántos espacios existen para darles un correcto uso y que sólo llegamos a ellas cuando las urgencias se hacen presentes?

Después de que mi esposo, El abogado, me diera tooooooda una explicación al respecto, proseguí mis labores cotidianas del momento (ver Twitter) y descubrí que La India María era tendencia en la conversación de aquel día. ¿Khéeeee? ¿Y ahora qué hizo si ya se murió? Y lo que ocurrió es que debido a un reality show emitido vía Youtube llamado La más draga, competencia de drag queens que consiste en poner ciertos retos a los participantes para encontrar a la Drag ganadora, se generó una polémica tras la intervención de una concursante disfrazada del famoso personaje creado por la actriz María Elena Velasco, y la opinión de un jurado respecto al personaje, no precisamente a la caracterización de la concursante.


Así, las palabras del juez Johnny Carmona ante la imitación de Regina Bronx como La India María fueron: “Estas representaciones laceran a un México que ya no quiere ser clasista ni racista”. De pronto toda la situación se viralizó y llegamos a la lluvia de opiniones en Twitter, donde por arte de magia todos ahí parecían conocer a la India María y a su trabajo, para luego emitir una postura que urgía la demanda de “cancelarla” bajo la premisa de que su representación en las pantallas ridiculizó (y sigue hasta la fecha) a los indígenas de nuestro país.

¿Es esto cierto? Mientras seguía mi recorrido por Twitter en la búsqueda de comentarios sobre la tendencia, encontré posturas tanto a favor como en contra, muchos incluso de organizaciones antirracismo que rastrean este tipo de representaciones mediáticas para analizarlas, discutirlas y visibilizar situaciones que conciernen a distintos sectores de la población al respecto. Encontré incluso este reportaje en donde se toman en cuenta las opiniones de académicos e investigadores que están trabajando sobre estos temas, y los resultados que arrojan dejan muy mal parados a los actores y actrices que, al menos hoy en día, retoman el estereotipo del indio para usarlo principalmente en segmentos cómicos.

Como se puede escuchar al final de este video, el conductor sugiere que esto se debe entre otras cosas a la falta de representantes de los distintos pueblos indígenas que se asuman como productores, escritores o creadores de sus propios contenidos. No sé en qué momento comenzaron a sonar mis alarmas, que no debe entenderse esta expresión como que estoy en desacuerdo con tal punto, por fa. 

Y es que si algo he aprendido en mi camino estudiando la televisión, particularmente las telenovelas, es que si bien no puedo defender lo indefendible, que es la percepción que la gente tiene respecto a lo que consume independientemente de la intención de su creador, los mensaje de los medios de comunicación obedecen más a las visiones del mundo de sus creadores, no a sus etiquetas. Porque si caemos en las etiquetas entonces, me parece, estamos tentados a caer en un racismo consciente o inconsciente.

Mi formación consiste en estudiar principalmente las historias y contextos de los productores de telenovelas: quiénes son, cómo empezaron su camino, por qué eligen determinados guiones, determinados equipos de trabajo. Para mí, conocer todo esto me lleva a entender mejor el trabajo puesto en pantalla, que no es solo una labor individual sino de muchas personas bajo el mando y la visión de mundo de una única, el productor, defendida pero enriquecida con el talento de los demás miembros del equipo de producción, como el escritor. Y si bien los elementos que circundan al productor son determinantes para que sus mensajes salgan de una manera y no de otra, éstos son sólo un elemento que se combina con el talento, con su calidad profesional, con su capital social, etc. Ejemplo: las telenovelas producidas por mujeres no son más exitosas o melodramáticas por ser producidas por mujeres (etiqueta), sino por que son profesionales que conocen su oficio y saben cómo llevarlo a cabo.

Así, me resulta complicado entender que sólo las mujeres pueden contar historias de mujeres, que sólo los hombres pueden contar historias de hombres o que sólo los indígenas pueden contar historias de indígenas. Su derecho a la participación creativa no tendría por qué estar supeditada a su lugar de origen, su grupo o entorno social o sus preferencias sexuales, sino a su capacidad. Ya sé, eso si viviéramos en un mundo utópico. Pero bajo esa lógica entonces sólo los niños tendrían que producir los contenidos que consumen porque... niños, ¿no? Exageré, ya sé, pero ¿así puede parecer, o no?

Pero vuelvo a María Elena Velasco, porque mis alarmas terminaron de encenderse cuando las afirmaciones en Twitter sobre La India María giraron más en torno a lo que la gente interpreta con sus ojos del siglo XXI que a lo que saben o se informan sobre un personaje que fue creado en circunstancias específicas, con propósitos específicos, en un contexto específico.


La profesora investigadora del Tecnológico de Monterrey, María de la Cruz Castro, plantea en el ensayo “La india María en el cine mexicano. Indígenas, frontera e inmigración” (2011), respecto a su papel como actriz y productora de la cinta Ni de aquí ni de allá:

“La insubordinación del personaje creado por María Elena Velasco no la confronta abiertamente con la ley, pero exhibe otras formas de resistencia a la estereotipación, mediante su capacidad de adscribirse a repertorios sociales múltiples. “Ni de aquí, ni de allá” (1988), el tercer filme de Velasco, refuerza, por un lado, el imaginario en torno de la mujer indígena: tímida, de mirada huidiza, recatada, con un gran sentido de solidaridad y torpe en extremo. Pero, por el otro, en su discurso toca temas políticos, reclama ante la presencia de actos corruptos o injustos, irrumpe en espacios en donde no se esperaría a un personaje femenino y, mucho menos, a cualquier miembro de una etnia autóctona, como los baños de hombres, la escena de un crimen, clases de aerobics o centros comerciales lujosos. En síntesis, construye una representación de la mujer indígena con un margen más amplio de acción y se aleja, así, de las imágenes homogéneas tejidas alrededor del género, la raza, la clase social y la nacionalidad.” (Castro, 2011)

Ignoro si María Elena Velasco tenía raíces indígenas; ignoro si su personaje fue inspirado en una o en muchas mujeres, en una o en muchas realidades, la de los mazahuas o la de otras muchas comunidades que existen en México y en toda América Latina. Ignoro si tuvo una amiga, conocida o caso cercano que le permitió la observación, estudio y puesta en escena de este personaje, pero como podemos encontrarlo en el texto de María de la Cruz Castro (que recomiendo muchísimo, por cierto), o incluso en entrevistas que la actriz dio en vida, La India María se movía en el entorno de la comedia ya que su cine “debe hacer que la gente pase un rato alegre, divertido, pero al mismo tiempo debe dar un ejemplo positivo o llamar a la reflexión sobre alguna situación” (Pacheco, 2003).


La noción de raza no es nueva, no es algo que nos heredó la modernidad. Anibal Quijano afirma que

“La formación de relaciones sociales fundadas en dicha idea, produjo en América identidades sociales históricamente nuevas: indios, negros y mestizos y redefinió otras. Así términos como español y portugués, más tarde europeo, que hasta entonces indicaban solamente procedencia geográfica o país de origen, desde entonces cobraron también, en referencia a las nuevas identidades, una connotación racial.” (Quijano, 2000)

La búsqueda entonces para que estos conceptos tan añejos y arraigados evolucionen en el marco de sociedades más incluyentes me parece totalmente válida, legítima, urgente, plausible y posible. En lo que no estoy de acuerdo es en desestimar a la ligera los esfuerzos de personas que durante todo este largo camino han hecho algo para contribuir, desde sus propios lugares geográficos, profesionales y de acción, para que este cambio suceda. Ahí es donde se me hinchan las venas y el ojo me brinca, como al maestro de la joven Daria.


Si el reclamo popular es que nos faltan representaciones positivas de estos grupos en las pantallas audiovisuales del país, entonces vuelve la duda planteada desde el inicio de este texto ahora aplicada a esta situación: ¿de quién es la culpa cuando nos quejamos de que algo, aparentemente, no existe: de los medios que no nos los presentan y promueven como se debe, o de nosotros que no sabemos buscar los lugares en donde sí están?

Es bien difícil responder, por que por un lado no estamos obligados a saberlo todo, pero por otra, vivimos en la era del Internet, en donde tenemos TODA o casi toda la información posible a un click de distancia. ¿Entonces?

Desde lo que yo conozco y sé, me encantaría contar sobre Miguel Sabido, escritor y productor de teatro y telenovelas de raíces indígenas que volcó su trabajo a visibilizar en los años setenta y ochenta a determinados grupos sociales en determinadas condiciones sociales (analfabetismo en adultos, educación sexual para clases bajas, mujeres y niños en situación de violencia), bajo el concepto de entretenimiento educativo, hoy replicado exitosamente en las más recientes telenovelas de la productora Rosy Ocampo. Sabido participó además como guionista de las primeras telenovelas históricas producidas en Televisa como El carruaje de 1972, que narraba la vida y obra del presidente Benito Juárez, una de las pocas historias de éxito de un indígena atendida por la televisión mexicana.

Desde lo que conozco y sé me encantaría contar sobre Mucho corazón, una telenovela coproducida por el Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía y el sistema DIF estatal en 2012, con la finalidad de educar a la población más vulnerable de ese estado sobre derechos humanos, información financiera, entre otros temas. La trama se desarrolló en el contexto de uno de los tantos pueblos indígenas de Chiapas, con la participación de actores locales alejados de los vicios de los melodramas industriales de la televisión comercial. Sí, esta telenovela se transmitió en un medio público y aún hoy se pueden encontrar algunos capítulos en Youtube.

Desde lo que conozco y sé me encantaría contar sobre los medios públicos, sobre la radio y la televisión, sobre el enorme e inmenso esfuerzo que desde ahí se realiza día con día, administración  tras administración, para dar espacio a las voces indígenas, ya sea en los medios del estado o en las señales concesionadas para esos fines (llamados así, radios indigenistas).

Desde lo que conozco y sé me encantaría contarles de Nancy Risol, una youtuber ecuatoriana que hoy suma más de 2 millones de seguidores quien muestra con orgullo en sus pocos pero virales videos, la realidad en la que vive como parte de una comunidad indígena latinoamericana.


¿Son las raíces de creadores como ella lo que los hace personas creativas, interesantes, observadoras y que saben plasmar su propia visión del mundo en cualquier tipo de pantallas? ¿Es la formación, la experiencia, lo que puede retratar una imagen real o distorsionada de un grupo al que no se pertenece de origen? ¿En dónde quedan los sesgos de la industria mediática, ESA que solo vende lo que se consume sin importar si incluyen o no las representaciones de todos quienes consumimos sus contenidos, que tiene intereses ajenos a una sensibilidad o responsabilidad social pero que son lo que tenemos más a la mano por hábito, gusto o costumbre? ¿Es nuestra falta de curiosidad lo que nos impide rastrear esas creaciones que tanto reclamamos, que posiblemente ya están ahí, esperando por ser descubiertas y popularizadas por ese público aparentemente tan hambriento en consumir distintas visiones del mundo? ¿Es nuestra indignación, y sólo nuestra indignación, lo que nos va a llevar a la evolución social deseada, o lo es también nuestra acción?

Cuántas preguntas, cuántas posibles respuestas…  

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Bibliografía:

Castro, M. d. (2011). La india María en el cine mexicano. Indígenas, frontera e inmigración . Cinémas d´ Amérique Latine. https://journals.openedition.org/cinelatino/991

Pacheco, A. (2003). No hago cine de crítica social ni política porque mi función es divertir al público : La India María. Escritores del cine mexicano sonoro. CD Rom. (UNAM, Ed.) México.

Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. (CLACSO, Ed.) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias.

 

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