¡No soy una limpiadora compulsiva! (¿o si?)

Esta historia bien puede comenzar con la imagen de Silvia Pinal dando la introducción ante este lamentable caso que voy a platicarles. No es una cosa tan terrible (creo yo), pero cuando hago consciencia de ello sufro poquito y pienso que algunas exageradas cosas de la vida no deberían de ser así, pero así son y ni cómo cambiarlas. Pónganse cómodos y acompáñenme a leer esta triste historia.

Una de las maravillas de ver televisión, conclusión a la que no llego solita, es que existen cada vez más ilimitadas posibilidades para encontrar puntos de identificación. Somos seres tan complejos que logramos encontrar conexiones con una gran cantidad de temas, sobre todo aquellos que nos resultan medianamente familiares como las labores domésticas y la limpieza del hogar.



Mi esposo sabe que soy muy ultra plus fanática de algunos programas del Discovery Home and Health y en estos "ejercicios" de democracia con el control remoto (sí, a veces suceden), atinadamente detiene su zapping cuando ve que aparecen los Limpiadores compulsivos. Si no lo han visto se han perdido de una joya: Un grupo de personas diagnosticadas con Transtornos Obsesivo Compulsivo (TOC) aparecen en dos casos durante una emisión en la que acuden a los hogares de personas que son el polo opuesto, en su mayoría acumuladores (también A&E tiene una emisión tremenda sobre ellos), cuyas casas han sido seriamente abandonadas por la escoba y el trapeador, y en 3 días los ayudan a mejorar sus espacios. Lo más bonito es cuando la interacción entre formas de vida tan distintas resulta inspiradora en ambos casos, ya que los caóticos reciben ayuda y se motivan a mantener limpios sus hogares, y los que limpian a veces entienden que limpiar 14 horas al día tampoco es tan saludable.


Poniéndose las gafas intelectuales, estos programas son una gran oportunidad para entender cómo ciertas carencias afectivas, emocionales, o de otras índoles se suplen limpiando o dejando de hacerlo. Aunque la emisión no lo plantea así, uno como espectador sí logra preguntarse qué tipo de situaciones te llevan a desarrollar una fascinación por dejar impecables los inodoros, o incluso por el insoportable olor a cloro, tanto como aquello que impide que la gente limpie el cochambre de su estufa o simplemente no se sienta capaz de levantar las popós de sus mascotas dyentro de su casa. Juzgar puede ser fácil, y siempre creo que la gran lección de estos programas es que precisamente vamos viendo cómo los prejuicios con los que los participantes comienzan cada reto se van despejando al final. En serio, no es fácil. Poniéndose las gafas del entretenimiento, uno vive los extremos de los casos con horror y deseando un equilibrio feliz para todos. Al menos yo sí.

Y es que todos tenemos nuestros propias propias compulsiones. Mirando estos programas caí en cuenta que lo que yo creí era algo nuevo en mi vida resulta que tiene más años de lo normal, y es que de prontito sí me gusta que todo lleve un orden porque, según yo, mi propia metodología lo justifica. Mi esposo se ríe mucho, mucho de mi cuando vamos al súper y ordeno los productos en el carrito, ordeno los productos en la barra del cajero y casi superviso a quien empaca de poner las cosas en las bolsas que llevo (ante todo la ecología, y ooooodio las bolsas de plástico), para que todo quepa y yo pueda llegar a casa a desempacar con lógica y facilidad. También se ríe porque para tender la ropa tengo un orden, porque mi metodología ancestral me indica que tender la cama es con las etiquetas de  sábanas y cobijas de un lado específico, y por qué cuando lavo trastes lo hago en un determinado orden con el fin de que el estropajo no apeste los vasos. ¡Y el acomodo también es importante! Pobre, no sé si se ríe por jocosidad o porque salirme de mis propios estándares me pone un poco mal. Y bendita sea Marie Kondo y su mágico método que valida mis ideas.



No sé si esto sucede por que he sido ociosa, porque no tengo hijos y me permito todavía estas cosas, o simplemente porque algo más allá de mí necesita que todo siga ese curso. Hice memoria y me fui a mis 9 años, cuando mi mamá tenía a una peculiar asistente de limpieza que cuando sacudía no dejaba todo como solía estar. Yo en ese entonces acababa de cederle a mi abuela materna mi cama en la recámara que compartía con mi hermana, y como no había otro lugar destinado para esas emergencias tuve que dormir en el estudio, espacio que era casi todo para mi papá. Me compraron mi camita y pude tener un buró y otra mesita, que eran en realidad lo único que me hacía sentirme como en mi propio espacio, así que cuando llegaba la asistente en cuestión y armaba un bonito desastre con el acomodo de mis cosas, yo enloquecía. Sí, desde los 9 años me enloquece que cambien de lugar las cosas (lo que callamos las mujeres, snif).



Muchos años después tuve mi propia casa pero, por ejemplo, no tenía ahí un lugar para lavar mi ropa, por lo que corría con mi mamá un sábado, esperaba a que todo se lavara y secara ese día, y regresaba con todo mi tambache a doblar y guardar. Semejante situación (y la extraña distribución del lugar donde viví, que tenía el cuarto en un lugar y había que subir algunas escaleras para llegar al clóset), me hizo ser muy efectiva para no pasar horas doblando, separando y acomodado la ropa, por eso desarrollé mis propias metodologías para hacerlo más fácil y se me quedó la costumbre.

¿Ven? No es como que tenga un TOC, más bien aplico lo que me resulta práctico. ¿Es eso un TOC? No lo sé. Pero es por detalles así de chiquititos por los que siento plena identificación con algunos casos de limpiadores, sobre todo cuando utilizan bicarbonato y vinagre para sus rutinas de higiene, ¡otra cosa por la que mi señor esposo me hace bulling, pero es que son muy efectivos! Y además sí sufro mucho porque creo que por muy compulsivos le hacen un daño impresionante al medio ambiente con tanto químico empleado por segundo. No hay que ser así, de veras.

Si nunca han visto Limpiadores Compulsivos, pasan los lunes a las 11 de la noche en Discovery Home and Health. Puede uno pasar de la risa a la extrañeza a la reflexión en 30 minutos, se los juro. Y más si uno tiene historias como la mía...

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