Luz de luna o una serie ochentera-feminista

¿Han visto el meme ese en el que hacen referencia a Silvia Pinal cuando presentaba el programa Mujer, casos de la vida real, que dice “Acompáñenme a ver esta triste historia”? Pues los invito a leer mi drama que se intitula “Me mudé de casa a un limbo donde no llega el internet y siento que la vida (y mi trabajo) se me van por falta de conexión”. O bien podría ir a un talk show a exponer sollozante mi tragedia contemporánea, o en el peor de los casos grabarme externando mi queja hasta hacer viral mi triste semblante, arrobando hasta al mismísmo Instituto Federal de Telecomunicaciones porque la humilde antena HD que nos fue prestada no agarra mas que 5 canales de televisión abierta. Mi vida es una tragedia, tras otra.

Sin embargo esta coyuntura de mi vida personal me ha permitido volver a los clásicos y aprovechar algunos de los tantos DVD´s que yacían olvidados y polvorientos en una de las innumerables cajas de la mudanza (con tal de evitar a toda costa la intromisión de los medios abiertos al fenómeno de los XV años de Ruby), lo cuál me llevó a repasar los 14 capítulos de la cuarta temporada de la gran serie ochentera Moonlighting, mejor conocida en nuestro país como Luz de Luna. Y si no hubiera sido tal mi sorpresa estoy segura que ni de chiste estuviera escribiendo este bonito post, que, dicho sea de paso, también es una justificacióndiagonaldisculpa por aquello de no poder grabar ni subir podcast durante las últimas semanas. Pero créanme, nadie sabe lo que tiene hasta que tiene una mudanza, y verdaderamente la vida se trastorna de modos inesperados ante estas eventualidades. Dicho lo siguiente, continuaré con mi reflexión.


Por si acaso el amable lector o la damita lectora pertenecen a una generación que pasa los años noventa, seguramente no tendrán la menor idea de lo que les estoy hablando, ya que Luz de Luna se enmarca dentro de una corriente muy particular de series de la década de los ochenta sobre temáticas de detectives con todo y sus formas poco ortodoxas de resolver los casos. En esta línea podemos encontrar algunos ejemplos como Murder, she wrote (Reportera del crimen) en 1984, Magnum P.I. (1980), o MacGyver (1985), que a su vez fueron herederas de las setenteras Starsky and Hutch (1975), entre otras tantas. A principios de la década llego una serie llamada Remington Steele (Con temple de acero) en 1982, sobre una pareja que debía resolver casos junta, lanzando al estrellado televisivo a su entonces joven protagonista, Pierce Bronsnan. Esta historia, que fusionaba la resolución de los casos por episodio combinado con una dinámica de pareja que la hacía parecer más una serie cómica, dio pie a que su creador (o lo que hoy llamaríamos el showruner) Glenn Gordon Caron, fuera convocado por la cadena ABC debido al éxito de este formato, para hacer algo similar pero de mayor calidad, con una gran estrella en el reparto y, por ende, con mucho más presupuesto.

La protagonista fue Cybill Shepherd, fue contemplada desde el principio para el papel de Maddie Hayes, una ex modelo en quiebra que de pronto asume la dirección de una agencia de detectives, un negocio fallido que era una especie de tapadera para evadir impuestos. La contraparte masculina estuvo a cargo de un muchachito muy carismático que si bien no era conocido hizo un click inmediato con la cámara. Su nombre: Bruce Willis, en el papel del detective David Adison. Durante cinco temporadas, de 1985 a 1989, esta pareja resolvió insólitos casos desde la agencia Blue Moon sacando hartas chispas de tensión sexual entre ellos, hasta que los escritores decidieron unir a la pareja y entonces se acabó el éxito de la serie. Eso y que, según Wikipedia, doña Cybill no pudo con el tabique al que se trepó don Bruce después de haber protagonizado Duro de Matar en el ínter de las temporadas. Pero esas son nimiedades del corazón que enriquecen este bonito relato pero nos desvían del tema.

Lo que llamó realmente mi atención es que en medio de este furor de la industria por la nostalgia que llevó a Netflix a resucitar a las chicas Gilmore, a quien muchos recuerdan y adoran por sus complicados diálogos en velocidades impresionantes y por sus referencias sobre la cultura pop, (que tristemente no he podido ver por los inconvenientes tecnológicos antes mencionados), se me hace increíble que no se tome a Luz de luna como un antecedente de estas dos admirables cualidades. Y es que las escenas entre Maddie y Dave resultan tan divertidas como agotadoras. La agilidad con la que se resuelven situaciones verbalmente es impresionante, así como la cantidad de referencias que se hacen a canciones, películas y otras series. Otro texto encontrado en una página sobre la serie hace referencia a un extra: la ruptura de la cuarta pared, es decir, que durante todas las temporadas los actores involucraban al espectador hablándole directamente a la cámara (no, Francis Underwood no descubrió ese hilo negro), pero además los personajes se sabían parte de una serie, y de pronto hacían alusión a los escritores o productores de la cadena. En la temporada que vi, inclusive, un personaje va a por accidente a la cárcel y aparentemente ni los mismos ejecutivos sabían de su paradero, por lo que se combinó la anécdota del personaje con las acciones que emprenden los ejecutivos de la ABC para sustituirlo por otro actor.


Y en eso de los cameos se pintaron solos. Ya que fue una serie con harto presupuesto se dieron el lujo de tener a gente como Ray Charles, o inclusive al mismísimo Orson Wells haciendo participaciones especiales. Ese presupuesto también estaba destinado a la estética narrativa, que jugaba con el lenguaje cinematográfico y se reflejaba en tomas bien cuidadas, grandes persecuciones y propuestas de luces y sombras. En ese entonces, como ahora, las series de la televisión abierta eran de aproximadamente 22 a 24 capítulos por temporada, mientras que Luz de luna podía cuando mucho hacer 18, ya que requería de un esfuerzo mayor ante tanto detalle que cuidar. Así que no vengan a decir que las Gilmore o House of cards fueron así de innovadoras.

Pero me voy más allá. Esta temporada en particular coincidió con el embarazo de la actriz, por lo cuál evidentemente había que crear uno y justificarlo en la trama. Y aquí es donde mis antenitas de vinil me hicieron ver que este discurso estaba adelantándose 10 años a lo que después promovió HBO con Sex and the city: la figura de una mujer trabajadora, dueña de su cuerpo y sus decisiones, que se embaraza sin estar casada ni pretender estarlo. ¡Ah! Y olvido la mejor parte: ¡de más de 35 años! Así como lo leen: Luz de luna tuvo una protagonista que mantuvo algunas relaciones sin compromiso, que era LA dueña de la agencia de publicidad, que ganaba EL varo, que se embaraza y sus padres le dan apoyo incondicional, y que al final se une a una pareja que no era el padre de su hijo. Quizá no he visto tantas series en mi vida como para asegurar que no hubo antes otro antecedente, pero no recuerdo ninguna que en el marco de una serie dramedy (fusión de drama y comedia, de la cuál también fue precursora), existiera un caso similar. No había juicios, nadie murmuraba por la decisión de una mujer de 36 años que resultaba embarazada pero tampoco había escarnio o sorpresa negativa. La situación se aceptaba como tal y los conflictos alrededor de eso no eran precisamente de índole moral.

Eso sin mencionar la afinidad que me da pensar en Cybill Sheapherd, no sólo porque fue una cara muy familiar en mi infancia (mi madre era tan fan de la serie, y tan fan de la moda de esta señora), sino porque era bien sabido que durante las grabaciones ella estaba todo el tiempo en tenis a pesar de los elegantes vestidos de seda con los que vestían al personaje.

En fin. Este momento de oscurantismo cibernético me ha permitido volver a ciertos clásicos y re valorarlos en medio de tantos estímulos mediáticos que por minuto se nos ofrecen en todas las plataformas. No sé hasta qué punto, y en medio de esta ola de probar lo conocido antes que lo nuevo por conocer, regrese la moda de las series de investigadores en ese tenor de dramedy (que en la actualidad tiene continuidad con títulos como Bones), pero supongo que retomar lo que logró Luz de Luna sería oportuno y vigente, aunque podría pasar como una copia más sin reconocer sus principales aportaciones, que tuvieron el factor musical como algo indispensable con un tema principal increíblemente bello.


De verdad, si tienen tantito ocio y ganas de divertirse, busquen clips en Youtube o consigan las temporadas. Tendrán diversión, moda ochentera, efectos especiales y mucho más. Hasta aquí termina mi triste historia, esperando que mañana, ahora sí, llegue la modernidad a este humilde techo y me regrese de nuevo al mágico mundo de la convergencia cultural. Dios quiera.

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