“Este es el mundo donde me tocó nacer”… La narcocultura en el espectáculo


Dueños del Paraíso. Telemundo, 2015

Primera escena del primer capítulo de la teleserie Dueños del Paraíso.

Una mujer, encarnada por la actriz Kate del Castillo, aparece en la pantalla desesperada, sola, luchando debajo del agua intentando quitarse las ataduras que obstruyen sus muñecas. Mientras lo hace, se le escucha decir en voz off:

“Este es el mundo donde me tocó nacer. Estoy obligada a sobrevivir.
Donde no hay buenos ni malos, ni héroes, ni villanos.
Aquí, el que flaquea pierde. ¿Y yo? Yo voy a ganar”.

Anastasia Cardona se libera y sale a flote. Y así comienzan a presentarnos al personaje en cuestión, una afamada narcotraficante mexicana de los años sesenta.

Introducción

Dicen que cada quien entiende la realidad de acuerdo al cristal con la que se mira. Estos días he tratado de ser particularmente observadora con las cosas que leo en Internet, porque con tanta información y tantas opiniones es muy fácil enloquecer sin preguntarse quién tiene la razón o no, o si es legítimo y válido tratar de sacar conclusiones al respecto.

El cristal con el que yo miro la realidad está terriblemente infectado por el melodrama. Ese que vivo con pasión cuando consumo una telenovela o una serie, o que trato de explicarme una y otra vez cuando lo tomo como objeto de estudio. Quizá sea esta una razón suficiente para entender que para mí la nota en relación con el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, el actor norteamericano Sean Penn y la actriz y productora mexicana Kate del Castillo no gira en torno a la ética o el rigor periodístico, ni al fantástico y deslumbrante morbo que generan las cariñosas conversaciones entre El Chapo y Del Castillo, mucho menos me interesa analizar a fondo el papel de las autoridades mexicanas en todo esto. Todo resulta muy tentador, pero no me es enteramente relevante. Como ciudadana sé que debo estar informada, pero como estudiosa y curiosa de éstos fenómenos mi cristal debe enfocarse hacia aquello que pocos miran y comentan: el espectáculo de la narcocultura. Y no cualquier espectáculo, sino aquel que va de la ficción a la realidad o de la realidad a la ficción.

Debo aclarar que no pretendo emitir juicios terribles al respecto. Lo que Kate del Castillo haga como persona es morboso pero poco importante. A mi me salta lo que hace Kate del Castillo la actriz y productora. Por que esa Kate ha llevado una importante carrera que la convirtió en pionera de géneros como la webnovela mexicana; esa Kate ha llegado a ser reconocida en los Estados Unidos por su trabajo en la televisión, esa Kate también se ha convertido en una influencia para sus fans y seguidores que lo mismo se enteran de su vida y sus nuevos proyectos laborales por Twitter que por Instagram. Esa Kate que lamentablemente desde su trabajo y desde su vida personal está tomándose el tema de la narcocultura muy en serio. Ahí es a donde quiero llegar, y trataré de hacerlo esbozando opiniones en función de lo que otras mentes han reflexionado al respecto.

Melodrama mainstream

Antes de hablar de la narcocultura quisiera explicar un término que me parece cabe a la perfección: lo mainstream. Frédéric Martel, en su libro Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, trata de describir un término de difícil traducción como “’dominante’ o ‘gran público’, y se emplea generalmente para un medio, un programa de televisión o un producto cultural destinado a una gran audiencia. El mainstream es lo contrario de la contracultura, de la subcultura de nichos de mercado; para muchos, es lo contrario del arte” (Martel, 2011, pág. 30).

El periodista y analista de televisión colombiano Omar Rincón dice con desparpajo porqué cree que todos llevamos un narco adentro: esto “no significa que seamos narcos: ni comercializamos, ni consumimos, sólo habitamos en culturas en que los modos de pensar, actuar, soñar, significar y comunicar adoptan la forma narco: toda ley se puede comprar, todo es válido para ascender socialmente, la felicidad es ahora, el éxito hay que mostrarlo vía el consumo, la ley es buena si me sirve, el consumo es el motivador del poder, la religión es buena en cuanto protege, la moral es justificatoria porque no tenemos otra opción para estar en este mundo” (Rincón, 2013, pág. 2). Como lo dice Anastasia Cardona: “este es el mundo donde me tocó nacer”.

Entonces, si las telenovelas y series son un producto cultural que están creados para ser consumidos por un elevado público, y la narcoficción se trata de historias que tienen al narcotráfico como materia prima, en las que los narcotraficantes figuran como protagonistas rodeados de todo tipo de personajes que de alguna u otra manera están vinculados a ellos, tenemos un tipo de producto que, al volverse masivo, se convierte en lo contrario a la contracultura que antes fue. Antes, en los tiempos de los videohomes de los hermanos Almada y de los corridos como música que escuchaba únicamente un específico sector de la población. Antes, hasta que gracias a la ola colombiana de épicas melodramáticas ensalsadas de comedia que celebran formas poco legales de ascenso social (Rincón, 2013) pudimos entender que lo narco como marca había llegado convertido en un fenómeno mainstream, cubierto con los oropeles del entretenimiento globalizado.

El académico alemán Hermann Herlinghaus reflexiona, a partir del pensamiento de Carlos Monsiváis, “¿cuándo dejó de ser el narcotráfico una posibilidad temible y se convirtió en el atroz espectáculo policiaco y social? ¿En qué momento la cultura financiera de los países ‘normaliza’ esta industria mortífera? ¿Cuándo y cómo fue que lo anormal se hizo normal?” (Herlinghaus, 2011, págs. 37-38)

La normalización financiera de esta industria es fácilmente reconocible, desde el momento en el que las industrias creativas deciden invertir en este tipo de ficciones hasta convertirlas en un negocio que arroja grandes ganancias a nivel mundial, aunque en un inicio esta expresión audiovisual comenzó siendo una especie de catarsis, cuando los colombianos sintieron que el narco dejó de ser su presente y pudieron expresarlo como un episodio histórico más de su pasado, heredando el fenómeno a países como México.

Y así, en medio de este panorama, me surgen muchísimas preguntas:

¿Por qué no pensar que lo que está ocurriendo, más que por un mero asunto de encubrimiento institucional es parte de una cultura que se ha legitimado y validado a través de los ámbitos periodístico y del entretenimiento? ¿Por qué no creer que es esta sociedad, la que está llena de opciones literarias y audiovisuales, la que tiene el poder adquisitivo para consumir lo mismo la televisión abierta que la restringida y los sistemas streaming vía Internet; la misma que siente predilección por aquellas expresiones que de alguna manera u otra hacen alusión al narcotráfico y sus figuras representativas, la que con su consumo fomenta el éxito y la aparición de más y más relatos con estas temáticas? Narcos está tan disponible en Netflix como Pablo Escobar, el patrón del mal, Dueños del paraíso, Camelia la Texana o cualquier otro documental latinoamericano al respecto. No, es culpa de las mal llamadas masas que no tienen opción de consumir más que estas historias, porque en la televisión abierta mexicana son transmitidas desde el agonizante canal 9 que ni siquiera tiene una presencia relevante en el panorama nacional. No. El espectáculo del narco, por lo menos en la televisión, no es para todos. Mágicamente lo narco se volvío mainstream. Increíblemente aquellas historias que negaron en llamar telenovelas nos hicieron creer que ver ficciones entre narcos, periodistas y servidores públicos corruptos nos hacía ser inteligentes, críticos, librepensadores.  Por eso se atrevieron a llamarlas series, por eso niegan los préstamos que toman del melodrama para desarrollarlos. Consumir lo narco da estatus. Discutir lo narco da estatus. Que lo vivan los otros, la masa, la que está inmersa en él porque no le quedaron más opciones de vida que esa.

Por eso, claro está, estos relatos no son para el consumo de todos. Por eso muchos de estos productos son creados en Estados Unidos, lo mismo da si por Telemundo o Univisión, para ser vistos principalmente por el público de allá, por esos latinos que añoran, que recuerdan, que viven y trabajan. Acá nosotros seguimos a la Señorita Pólvora, El Dandy o El Señor de los Cielos por canales de paga, y vía internet podemos crear debates en redes sociales o hasta foros de discusión sobre la moda que lucen los narcotraficantes de verdad en sus (casi siempre lamentables) apariciones públicas.

Las palabras del francés Guy Debord fueron escritas pasada la mitad del siglo XX y parece que con el paso del tiempo mayor vigencia cobran:

“El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como parte de la sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las miradas y toda la conciencia. Precisamente porque este sector está separado es el lugar de la mirada engañada y de la falsa conciencia; y la unificación que lleva a cabo no es sino un lenguaje oficial de la separación generalizada.” (Debord, pág. 3)

Nos unifican pero a la vez nos separan. El discurso del narco nos unifica pero no nos pega a todos por igual. Unos lo viven y a otros los entretiene. Por eso notas como la de Kate del Castillo nos emocionan tanto: porque ella se ha convertido, en personaje y en la vida real, en parte de esa narcocultura que tanto nos entretiene, y que sentimos con el derecho de hacer trizas, como lo hicimos con Teresa Mendoza en su momento o hasta con el mismísimo Walter White, intentando darle un sentido, una lógica, una justificación a sus acciones. O en el mejor de los casos, juzgándola en los parámetros del simplista  pensamiento occidental hecho a base de dicotomías: los buenos contra los malos, el bien contra el mal, estás a favor o estás en contra. Y ella o está o no lo está.

Sí, pareciera que Kate se creyó a pie juntillas eso de que todos llevamos un narco adentro. Ella, en una suerte de narrativa transmedia, es decir, que traspasa un relato de un medio a otro, ha dejado ver que los personajes que tan exitosamente ha encarnado ahora actúan por ella misma en esto de negociar con otros capos. A fin de cuentas, “la narcocultura es, entonces, un resultado del capital, y no solo económico sino cultural, social y simbólico”, dice Omar Rincón (2013, pág. 3) y Kate, como todos nosotros, vive en un mundo material. El hecho de haber conseguido una entrevista con uno de los narcotraficantes más buscados del mundo, de haberlo (según parece) deslumbrado con su presencia y de haber fungido no tan sólo como enlace sino como productora de su película biográfica da a entender que también ella estaba velando por sus intereses económicos. Persiguiendo un fin de lucro, pues. Porque gracias a sus personajes ha sido capaz de conocer el valor cultural, social y simbólico del narcotráfico, pero en el cine quien produce es quien busca recuperar su inversión en las taquillas. Vivir del narcotráfico sin traficar; vivir de el al promoverlo.

Final

Sí, me preocupa que Kate no haya declarado nada porque ahora lo que dirá, seguramente, ya pasó por los filtros legales correspondientes. Pero eso ya será lo de menos.

Me preocupa que todo este escándalo mediático, alimentado por columnistas, por prensa especializada, por memes, no haga más que legitimar por completo la cultura del narcotráfico en nuestro entretenimiento cotidiano. Televisa y Televisión Azteca han sido criticados por producir refritos y refritos de las clásicas historias rosas, pero la violencia está cada vez más presente en estas historias. Balas, secuestros, “traficantes” (la manera elegante de evitar la palabra droga). Argos, por el contrario, sigue empeñado en demostrar que puede contar historias más apegadas a la realidad incorporando de manera cada vez más evidente el discurso del narcotráfico. Y mejor aún, aliándose con empresas como Telemundo para producir una, dos, tres, cuatro temporadas de un cuento que extienden por cuestiones de rating e ingresos.

Me preocupa que en estos días, durante el escándalo Kate-Chapo, Univisión confirmara (la noticia no es nueva), que este año producirán la serie sobre la vida de este narcotraficante, escrita por el ex capo Andrés López López, que ya tiene a cuestas otros éxitos melodramáticos como Las muñecas de la mafia o el Cartel de los Sapos. Estas producciones seguirán apareciendo mientras haya público que lo consuma, y eso es lo que realmente me preocupa.

Me preocupa que, si acaso nos asomamos a verlas, lo hagamos desde el fin del espectáculo y no como una posibilidad de conocer una parte (oscura quizá) de nuestra Historia como país. Quizá porque de origen no son creadas con tal finalidad.

Me asusta que Kate, así como todos quienes consumimos estas narcoficciones, dejemos de dimensionar que en estas historias, como en la vida real, las instituciones corruptas lo son gracias a actividades como el narcotráfico. Que el narcotráfico existe y se expande con la bendición de esas instituciones. Que no tiene sentido esta dicotómica manera de ver el mundo a manera de melodrama porque no se trata de que uno sea el bueno y otro el malo, sino que uno se alimenta del otro y así, en un círculo vicioso en el que ahora la sociedad ya está involucrada.

¿No darle cuerda a estas expresiones será la solución? ¿No compartiendo estados sobre el tema en las redes sociales? ¿No chutándonos maratones completos de estas narcoseries en Netflix? La respuesta es enteramente individual. Yo lo único que sé es que este es el mundo donde me tocó nacer, que estoy obligada a sobrevivir en un mundo donde no hay buenos ni malos, ni héroes, ni villanos. Un mundo en el que, espero, el amor pueda ganar. 


Bibliografía

Cabañas, M. A. (2014). Imagined narcoscapes: narcoculture and the politics of representation. Latin America Perspectives , 1-17.
Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Recuperado de: http://www.observacionesfilosoficas.net/download/sociedadDebord.pdf 
Herlinghaus, H. (2002). La imaginación melodramática. Rasgos intermediales y heterogéneos de una categoría precaria. En Narranciones anacrónicas de la modernidad. Melodrama e intermedialidad en América Latina. Chile.
Herlinghaus, H. (2011). Carlos Monsiváis: indagaciones sobre un mundo de infamias en el México global. México Interdisciplinario (1), 31-40.
Martel, F. (2011). Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas. Taurus.
Rincón, O. (2013). Todo llevamos un narco adentro. Un ensayo sobre la narco/cultura/telenovela como modo de entrada a la modernidad. Matrizes , 7 (2), 1-33.




Comentarios

  1. Me gusta mucho el artículo prima!! Aunque no estoy segura de que sea quien consume netflix quien más eleva la figura del narco como rockstar. Es decir, no creo que dejar de consumir entretenimiento basado en narco sea la solución, o al menos no una de las más poderosas. Creo que hay más valor en pensar en el grado de análisis crítico que exigimos en estos contenidos -creo que aludes un poco a esto al hablar de las motivaciones de esta serie, que nada tienen que ver con comprender mejor el asunto-. Las series podrían detonar un diálogo más profundo sobre la ética del narco, del narco entretenimiento, etc. pero yo no lo escucho, seguro que en parte porque no las veo. En fin, es un tema bien interesante y creo que tu perspectiva es súper valiosa.
    Ya lo del amor al final se nota que es porque andas enamorada, eh? :) un abrazo!

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