¿Reflejo o representación?

De estudiante se me ocurrió cometer una tremenda equivocación que fue sabiamente corregida por cierto hombre de ciencia social: cada vez que yo neceaba en decir que las telenovelas eran un reflejo de la realidad, él insistía en decirme que no, que eran una representación. Al principio la corrección me pareció bastante sangrona, pero después entendí la importancia de hacer esa sutil pero importante diferencia: según la RAE reflejar  tiene varios significados, entre ellos “Dicho de una cosa: Dejarse ver en otra” y “Manifestar o hacer patente algo”, mientras que representar es “Hacer presente algo con palabras o figuras que la imaginación retiene”. La imaginación es esa diminuta tuerquita que lo cambia todo. Por eso cuando escucho o leo los comentarios de la gente sobre si las Narcotelenovelas son un “reflejo” de nuestra cotidianidad la cabeza me gira como un rehilete en pleno norte.  

A pesar de que estos son temas sumamente delicados, cada vez más personas se enganchan en estas tramas que desde el melodrama muestran aspectos de ese universo que se engloba en el término “narco”. Según el colombiano Omar Rincón “Lo narco no es solo un tráfico o un negocio; es también una estética, que cruza y se imbrica con la cultura y la historia (…) y que hoy se manifiesta en la música, en la televisión, en el lenguaje y en la arquitectura” (2009). En pocas palabras, hoy lo narco es tan presente e impactante como mainstream (entiéndase como lo que domina la gran masa, o bien, como lo contrario del arte y la contracultura, según la definición de Frederic Martel). Así como sucedió en el país de Juanes, Shakira y Pablo Escobar, México vive un momento muy particular respecto al comercio ilegal de droga que irónicamente se ha legitimado desde hace años en los narco corridos, en la narco literatura, en las ostentosas residencias que van inundando ciertos paisajes, y por supuesto en las telenovelas. Aunque el tema había sido tocado en
Morir dos veces, Televisa 1996
algunas producciones de manera medio disfrazada, como en Morir dos veces (Televisa, 1996), melodrama estelarizado por Eduardo JuandelDiablo Palomo en el que él le hacía de un policía que se enamora de la esposa de un traficante que finge su muerte, era el tema del amor lo que prevalecía y en este caso el dealer era el villano que recibió su justo castigo al final de la historia. Sin embargo en la corriente colombiana que tuvo su auge con el lanzamiento de El cartel de los sapos (2008) los protagonistas no sólo viven inmersos en este universo sino que ellos mismos la comercializan y son portadores de su propia estética en cuanto a la ropa, los accesorios y la música que escuchan.

Fue tal el impacto de esta especie de catarsis mediática colombiana (que hoy en día es un objeto de estudio importante en aquel país, para muestra se puede ver el proyecto www.narcomundo.co del Observatorio Nacional de Medios y la Universidad Nacional de Colombia), que el eco llegó a los Estados Unidos y, nada tontillos esos gringos, juntaron tremendo equipo para adaptar la narconovela de Arturo Pérez Reverte La reina del sur, que él concibió en su paso por México como reportero de esa fuente y escuchó el corrido de Camelia la Texana. Sorprendido por cómo la historia de una vida puede ser contada en tres minutos, él hizo su propia versión pero en muchas muchas páginas más. Así es como entre Telemundo, RCI de Colombia y Antena 3 de España llegó a las pantallas una exitosa ficción donde de nueva cuenta todos y cada uno de los personajes estaba inmerso en el narcotráfico, como el caso de Teresa Mendoza que de ser novia de uno de ellos pasó a ser la mayor traficante en suelo español. Y sí, se muestran políticos mexicanos que también juegan en el bando de los cárteles. Y sí, se muestran muertes al por mayor, persecuciones, ejecuciones so pretexto de cobro de deudas o bien, para atemorizar a otro más. Ficción que intenta recrear una realidad particular a partir de la imaginación: representa pues, escenas que en México y Colombia y en muchas partes de Latinoamérica y el mundo no son ajenas.

La reina del sur, Telemundo 2011
Y motivados por el fenómeno que resultó la serie Pablo Escobar, el patrón del Mal, Telemundo y Argos TV se unen para hacer El señor de los cielos, que aparentemente intenta contar la historia real del capo mexicano más afamado de los años noventas, Amado Carrillo, pero que para efectos prácticos y según sus propios realizadores se trata más bien de una mezcla de muchos de estos personajes reales en uno solo. O sea, sí es su historia pero no. A diferencia de El patrón del mal, El señor de los cielos usa nombres ficticios (Aurelio Casillas, por ejemplo), y confunde un poco sobre si su valor como producto mediático es histórico o de mero entretenimiento sin más aporte que el de plantear situaciones que figuran en la prensa a diario y que son retomadas como parte de la trama, un recurso muy recurrente en el equipo de Epigmenio Ibarra. Aquí tenemos de nueva cuenta al antihéroe (eso sí, de buen ver) que escasamente deja ver un conflicto moral entre su deber y su hacer, que es en sí mismo un antagonista, y que termina siempre siendo más astuto que cuerpos policiacos. En lo que a nivel personal es el colmo de la ambición, esta semana se anunció que Telemundo producirá la cuarta temporada de esta serie-telenovela, o teleserie como les gusta llamarle.

El señor de los cielos. Telemundo
La reflexión a toda esta palabrería podría ser si este tipo de historias tienen cabida o razón de ser en las pantallas, cuando evidentemente basta con enterarse de asuntos como los del 1 de mayo en Jalisco para entender que al abrir la ventana podemos estar sujetos a estos relatos, pero no creo que vaya por ahí la cosa. Breaking Bad, Camelia la Texana (protagonizada por la xalapeña Sara Maldonado, quien también salió en La reina del sur), Los Miserables, Sin tetas no hay paraíso, El Capo, La viuda negra y muchas otras ficciones que vemos actualmente ilustran esta narcoestética, esta situación que como dice Rincón, nos integra como latinoamericanos. ¿Apologías del crimen? Tal vez. ¿Reflexiones morales? Quizá, Walter White si que nos las hizo pasar. Quizá solo valga la pena verla como parte de un fenómeno que en nuestro país, en nuestro estado, en nuestra ciudad, es parte de una cotidianeidad pero que tampoco ocupa un todo; tomarla como una representación exagerada (así es el melodrama) de situaciones que quizá en la vida real son mucho peores, pero que tampoco merece que vivamos escondidos y con miedo eternamente en nuestras casas. Así como a las historias rosas y cursis, a estas también hay que aprender a darles la lectura correcta, y tomarse las debidas precauciones con esto que produce el mainstream como el ir replicando modos o estilos nomás porque aparecen en la tele o el Netflix y son lo de hoy. Así como a las historias rosas y cursis, a estas también hay que aprender a darles la lectura correcta, y tomarse las debidas precauciones con esto que produce el mainstream como el ir replicando modos o estilos nomás porque aparecen en la tele o el Netflix y son lo de hoy. No se vaya a tomar en serio eso que Omar Rincón afirma irónicamente cuando dice que “todos llevamos un narco adentro” , y ese sea el reflejo (que no representación) que vean en el espejo.

¿Ustedes están de acuerdo? ¿Les gusta alguna de estas historias? ¿Por qué? Échense el chisme conmigo. 

Texto publicado en www.xalapo.com 

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Martel, F. (2011). Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas. Santillana Ediciones. Consultado en iBook.
Rincón, O. (2009). Narco.estética, narco.cultura en Narco.lombia. Recuperado en http://nuso.org/media/articles/downloads/3627_1.pdf

Rincón, O. (2013). Todos llevamos un narco adentro. Un ensayo sobre narco/cultura/telenovela como modo de entrada a la modernidad. Recuperado en http://www.revistas.usp.br/matrizes/article/viewFile/69414/71991

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