Eso versa la
expresión popular cuando a uno le hablan sobre cosas que nomás no sabe ni cómo
entender. Cada vez que leía o alguien me mencionaba sobre las telenovelas que
se están haciendo en Asia, mi cara era justamente del horror que causa no
entender nada, y me negaba rotundamente a dejarme envolver por un drama donde
las palabras pudieran darme más risa o desesperación que alguna otra emoción.
Pero las campañas políticas y los terribles melodramas que invaden hoy las
pantallas de la televisión abierta mexicana no me dejaron más opción que
refugiarme en Netflix y puchar, sólo por curiosidad del título, una telenovela
coreana.
Quiero relatar
lo que a mi me sucedió, cuando la otra noche un Kdrama se metió, en mi casa y
en mi vida. Kdrama es la manera en la que los coreanos denominan estos
productos, y es parte de la llamada Ola Coreana que comenzó en 1999 y poco a
poco ha expandido sus horizontes, de modo que ahora gracias a la fuerza del
Internet, se habla uno de los primeros movimientos culturales globalizados.
Casi al igual que en México, fue una crisis económica la que orilló a Corea del
Sur a producir su propio entretenimiento, puesto que el gobierno buscó
incentivar a estas industrias, las musicales, cinematográficas y televisivas, para
que se hiciera más de lo que se importaba, pues salía un poquitín más caro. Y
desde entonces hasta ahora la fuerza de esta ola ha pegado como un tsunami en
lares insospechados, para muestra basta el video de Psy Gangnman style,
que es uno de los más vistos en los 10 años de existencia de Youtube. Algunos
conocimos así la Korean Wave, a pesar de saber que este simpático gordito
bailarín era solo un representante de los muchos que existen y que están a
nuestro alcance a un click de distancia. Dicho lo anterior, ahora sí les voy a
contar mi experiencia con el Kdrama que en los últimos meses han tenido a bien
colgar al fantabuloso Netflix. Y que conste que no me pagan por el anuncio.
La primera fue
una producción de 2013 llamada Diosa del matrimonio, y el título me
llamó mucho más la atención que Chicos ante flores o Buen doctor.
Le di Play sin saber absolutamente nada sobre nada, desconociendo que el
formato de estos melodramas es de 20 a 30 capítulos de una hora en promedio, ni
las temáticas, ni nada. Es más, en pleno ejercicio de todo mi desconocimiento y
racismo me atreví a pensar que me iban a hablar en chino… Sin embargo en cuanto
empecé me sentí atrapada por la historia y comencé a dejar a un lado este
asunto que tanto mareo me causaba de solo imaginarlo: escuchar capítulo tras
capítulo el idioma coreano, con sus gritos y tonadas extrañas. Para no
venderles trama diré que es la visión del matrimonio desde cuatro puntos de
vista distintos: la recién casada, la de 24 años de casada con hijos y suegros,
la de casi el mismo tiempo pero a punto del divorcio, y la sumisa que aguanta
infidelidades, golpes y pisoteos por parte del marido y la familia política en
general. Sí, un dramón con todas sus letras que después de 36 capítulos me dejó
berreando como enloquecida, y eso que yo ni casada estoy. Después quise tratar
de entender mejor el formato y las historias y me dispuse a ver Una palabra
cálida, y esta no me ha hecho llorar pero ya grité todos los Jesuses y
Aleluyas posibles al término de cada capítulo, luego del dramón de una mujer
casada que fue engañada por su marido pero quien, años más tarde, lo engaña a
él con un hombre casado. Es que además soy de las que interactúan con la
pantalla y le gritan a los personajes, el clásico comportamiento de una adicta al
melodrama.
Debo decirles
que hasta ahora estoy francamente encantada y muy furiosa de no haberme animado
a descubrir antes estos productos. De pronto soy un poco malinchista con mis
consumos y sobre todo porque mi hábito de televidente implica dejar el aparato
prendido mientras yo escucho y hago otras tres cosas más, por eso el asunto del
idioma es importante para mi. Pero estuvo bien que pudiera poner toda mi
atención y sentidos a estos dramas porque pude hacer mi propio ejercicio
reflexivo al respecto, y así comprender la maravilla de esto: aunque la
narrativa visual está linda e increíblemente bien cuidada, el tipo de tomas y
movimientos de cámara no son muy distintos de los que podemos ver en las
telenovelas mexicanas. El know how, le llaman, esta especie de códigos
que existen en el lenguaje televisivo donde los acercamientos, las tomas
cerradas y ciertos movimientos son indicativos de cuestiones muy particulares
para trasmitir las emociones de los personajes. Y las situaciones pueden ser
locales de la cultura pero tremendamente universales, a fin de cuentas el
melodrama es justo eso: la exposición de los sentimientos a base de la
exageración, de la exaltación, y sobre todo la lucha del bien y el mal en donde
al final ganen los valores morales y la virtud. Pero en pleno uso de esta
matriz cultural, los coreanos han logrado maravillas, muy al estilo de las
grandes series estadounidenses, pues retomando este género de una manera
impecable logran no solo producciones estéticamente preciosas sino personajes y
situaciones tan cotidianas que resulta horrible compararlas con las que vemos
hoy en las pantallas mexicanas. Por ejemplo, la mayoría de las historias que
hoy existen en el canal 2 son refritos de tramas escritas hace muchos años, por
lo tanto la mayoría de las protagonistas son mujeres sin estudios
universitarios, ni posgrados, ni cosas parecidas; son chicas de campo con
oficios más que profesiones, que desempeñan siempre sin que se les mueva un
solo cabello. Las mujeres coreanas de las telenovelas sufren y lloran igual
pero tienen un perfil que permite una identificación distinta con cierto
público. Además estas mujeres, a diferencia de las mexicanas (según las
telenovelas) van a ginecólogo por otro tipo de problemas que no son
precisamente un embarazo no deseado (como siempre suele suceder en cuanto una
mexicana vomita y tiene un mareo); acá hablan de depresiones posparto, de
pérdida de regla por estrés, de SPM; de mujeres que toman clases de cocina y
visten casuales con poco maquillaje, que lavan baños, que luchan y se aferran a
hacer lo que más aman hacer como escribir guiones o una novela a pesar de la
oposición del mundo. ¿Cómo no sentirme conquistada por eso? ¿cómo no levitar de
placer cuando un melodrama me plantea que una mujer pelea por su derecho a
ejercer su profesión, que es su pasión de vida, por encima de un matrimonio
donde le han quitado ese derecho?
Qué lindo, qué
bonito sería ver esa clase de situaciones con actrices mexicanas que no
anduviera todo el tiempo en tacones y muy enrrimeladas. Qué lindo sería ver
esto como una bocanada de esperanza en medio de la guerra de spots y anuncios
electorales que invaden estos días las pantallas nacionales. Qué lindo sería
que así como los coreanos han puesto en sus industrias creativas mucho esfuerzo
y presupuesto para que el mundo conozca quienes son, su talento, sus paisajes e
historias actuales, en México se impulsara el arte y se dejara de menospreciar
tanto a las telenovelas que llegan a tantos lugares y tantas cosas buenas
podrían decir acerca de nosotros. Desafortunadamente nuestras embajadoras
hoy en día solo hablan de un país al que aferran al pasado, y cuyas historias
no empatan con la vida real. Pensé que los coreanos me hablaban en chino, pero
la conclusión es que todos, coreanos, chinos o mexicanos, como los ricos,
también lloran. Y lo hacen tan sabroso…
Texto publicado en xalapo.com
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