Amor a señas

Sigo creyendo que el encanto de la ficción televisiva consiste en llevarnos hacia diversos temas, fenómenos o problemáticas de actualidad de una manera sutil pero importante. Sigo creyendo que el melodrama es la mejor herramienta para incentivarnos en el sumergimiento de situaciones que de ninguna otra manera hubieran podido interesarnos. Sigo creyendo que en el México de hoy, en la televisión de hoy, hace mucha falta que ciertas realidades aparezcan en las pantallas para invitarnos a la reflexión, para que quiénes las viven no sean invisibles ante nuestros sentidos.


Yo tenía 9 años cuando me sentaba frente al televisor a ver la telenovela Amor en silencio (1988). Mi nivel de comprensión en torno a los conflictos románticos y pasionales entre la protagonista (Érika Buenfil), el protagonista (Arturo Peniche), un padre millonario que se oponía a su relación (Joaquín Cordero) y la cuñada loca (Margarita Sánz) era, sinceramente, muy escaso. Recuerdo haber visto con el asombro propio de toda fan de telenovelas la inolvidable escena de la boda donde hay balazos y heridos y gente que saltaba sobre el pastel y caía muerta embarrada en betún. Sin embargo  hubo algo que durante las dos etapas en las que se dividió esta historia me llamó sobremanera la atención: el personaje de Ángel, el pequeño que después crece y se convierte en el amor de Ana (Buenfil), hija de Marisela (Buenfil) y Fernando (Peniche).

Se trataba de el hijo adoptivo de Miguel y Andrea, padres de Marisela, un niño sordomudo al que Marisela protegió y cuidó hasta su muerte. Sin embargo quien realmente lo crió fue Martina, una sirvienta que hablaba tan rápido que la pobre criatura a duras penas le podía entender. Por eso él miraba con ternura a Ana, y prácticamente crecieron juntos. En la segunda parte de la novela, Ángel fue interpretado por Omar Fierro.

¿Qué fue lo que llamó mi atención? Que para entonces yo no tenía muy claro el hecho de que existieran en el mundo seres humanos que no pudieran hablar ni escuchar, y que tuvieran un lenguaje propio formado por señas para poderse comunicar. Digamos que eso estaba fuera de mi pequeño mundo de 9 años, y de alguna u otra manera logró sensibilizarme al respecto. Por supuesto que al final de esta producción de Carla Estrada se deja ver que por medio de terapia y una operación el chico podrá volver a escuchar y hablar, además de casarse con su gran amor, pero sí, se trató de un asunto muy diferente a lo que había visto nunca antes en una época donde las telenovelas pudieron darse el lujo de hablar de asuntos muy diferentes.

El tema de las discapacidades en las pantallas de televisión hoy en día es muy serio. Apenas el año pasado se logró colar en la Ley de Telecomunicaciones mexicana el punto en el cuál el noticiario con más rating de cada canal sea transmitido en lenguaje de señas y con subtítulos, además "en los tres años que sigan a la entrada en vigor de la normatividad, todos los concesionarios con cobertura mayor a 50% del país tendrán que incluir subtítulos o traducción en lengua a señas en toda su programación transmitida de las 6:00 a las 00:00 horas." (http://mexico.cnn.com/nacional/2014/07/09/20-puntos-clave-en-las-nuevas-leyes-sobre-telecomunicaciones). Me parece que a la fecha sólo el noticiario de Lolita Ayala y los del Canal Once atienden desde antes a esta solicitud. Muy poco se piensa en las personas sordas o ciegas a la hora de crear contenidos audiovisuales. Porque aún ellos tienen el derecho de consumirlos, porque aún ellos tienen la capacidad de hacerlo. Y ni qué decir de su inclusión como grupo que tiene derecho a encontrarse representado en las pantallas.

Amor en silencio ha sido uno de los escasos melodramas en los que he podido ver el caso de una persona sorda a quien no se le trata como taradito, sino que se le habla en su propio lenguaje. Esto obedece, quizá, a que su escritor Eric Vonn también es sordo. Nadie más que alguien que lo vive día con día puede mostrar de manera digna su propia condición. Respecto a la ceguera hay más ejemplos melodramáticos pero quizá más burdos: Esmeralda es uno de ellos. Sin embargo en todas, como en el caso de Ángel, el "problema" se resuelve con una operación para volver "a la normalidad". ¿Es que contar con los cinco sentidos (que no todos sabemos realmente utilizar) nos da la exclusividad del concepto "normal"?

Es por eso que el día que descubrí la serie Switched at birth (2011) volví a tener ese mismo alegre sentimiento de dignificación hacia una comunidad que difícilmente encuentra un espacio en las barras programáticas. Creada por la guionista Lizzy Weiss, Cambiadas al nacer cuenta la historia de dos niñas que fueron, (lo adivinaron) cambiadas al nacer. Una de ellas creció con la familia de un famoso exjugador de beisbol mientras que la otra lo hizo con una madre de origen latino, a quien el marido abandonó cuando la niña tenía 3 años, edad en la que sufrió una enfermedad que la dejó totalmente sorda. La serie comienza justo cuando 16 años después se descubre el intercambio y ambas chicas conocen a sus verdaderos padres. Pero lo más interesante es, sin duda, el tratamiento que le dan al universo de las personas sordas, o completamente sordomudas.

Los guiones de esta serie están brutalmente salpicados por el melodrama, pues en realidad lo que importa aquí son los conflictos sentimentales entre padres e hijos, entre jóvenes que conocen el amor, entre los adultos del reparto. Y el asunto de la sordera no es el foco principal pero sí uno fundamental, puesto que la vida de Daphne transita en la escuela para sordos, en el lenguaje que todos a su alrededor aprenden para poder comunicarse con ella, y con el que ella misma habla con su madre y amigos. Y de cómo logra estudiar cocina sin poder escuchar la campanita de la estufa, o cómo se esfuerza en conseguir un trabajo donde sus compañeros logren entender que deben hablar despacio y frente a ella para que pueda leerles los labios, o cómo han logrado, su madre y ella, evitar la lástima propia cuando es víctima de discriminación. Una de las protagonistas, Marlee Matlin, es una de las pocas actrices sordas en haber llegado muy lejos en el entretenimiento estadounidense, de tal suerte que hasta cuenta con un premio Oscar en su haber. Se nos muestra entonces lo normales que pueden ser sus vidas (cómo "escuchan" música, cómo aprecian con otros sentidos lo que los rodea, como también sufren por amor, y se pelean, y ocupan el celular) y eso, sin dudas, es un tremendo acierto. Pocos ejercicios audiovisuales pueden resistir largas escenas sin fondeo musical ni voces, únicamente con subtítulos, mientras conversan entre ellos.

No sé si les pasa que cuando van a cine a ver una película de rockeros salen con ese espíritu, o cuando ven una de ninjas llegan a su casa a dar patadas... bueno, lo que a mi me pasa con Switched at birth es que me está motivando para buscar en Youtube el lenguaje de señas mexicano y reaprender (alguna vez ya había tenido la inquietud) otra manera distinta y extraordinaria de comunicación. Y es cuando me pregunto: ¿qué necesitamos en México para ser capaces de hablar de estos temas sin melcochas ni compasión? ¿Algún día podremos ver a estas personas como iguales, e incluso, reconocer el gran esfuerzo que ellos hacen por adaptarse a un mundo que no está hecho para ellos?


Si tienen Netflix vean por favor la primera temporada de esta serie, y que una vez más la ficción televisiva y el melodrama nos sigan aterrizando realidades que nos resulten lejanas, pero que no por eso deben ser ajenas a nosotros.

Comentarios